Como vimos, la fantasía de desarrollar artefactos que puedan tomar decisiones como los humanos nos acompaña desde hace varios siglos.
Con el desarrollo de la computación estas ideas se hicieron más fuertes y se empezó a intentar “programar” sistemas que tomaran decisiones “inteligentes”.
Se pretendía escribir instrucciones que las máquinas pudieran seguir, es decir programas, software que emularan el funcionamiento y los procesos de razonamiento humano.
Pero, básicamente se presentaban 3 problemas:
- esto era una ambición que superaba las capacidades tecnológicas (el "poder de las computadoras" era muchísimo menor que el actual en cuanto a capacidad de procesamiento)
- la imposibilidad de reducir nuestros procesos de pensamiento a pasos y secuencia de un programa de computación
- el gran inconveniente de poder definir nuestra inteligencia: ¿Qué es ser inteligente, cómo se toman las decisiones inteligentes, qué procesos lógicos, no lógicos, afectivos, sensoriales sigue nuestra mente?
La dificultad de poder modelizar nuestra inteligencia para plasmarla y convertirla en una serie de instrucciones hizo decaer el entusiasmo por desarrollar sistemas de inteligencia artificial que acompañó los inicios de la computación en los años 50 del siglo pasado.
Hubo que esperar hasta avanzada la primera década de este siglo para que algunos importantes cambios tecnológicos revivieran el sueño de crear IA.
Y volvieron a surgir las preguntas ... ¿Cómo programar a los sistemas para que puedan funcionar como IA y sean capaces de tomar decisiones de forma autónoma? ¿qué problemas podrían resolver las máquinas aplicando la IA?
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